Romanos 8:31-39; hebreos 7:25; 10:10, 14;
13:5-6; 2 Pedro 1:3; Números 14:9; Isaías 50:8-9; 2 Corintios 5:17, 21; Juan
3:16-18; Efesio 1:17-23; 3:14-21; 1 Corintios 15:57
¿Qué diremos frente a
esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? El
que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros,
¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido?
Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e
incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. ¿Quién
nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la
persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia? Así está
escrito: "Por tu causa nos vemos amenazados de muerte todo el día; nos tratan
como a ovejas destinadas al matadero." Sin embargo, en todo esto somos más que
vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la
muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios,* ni lo presente ni lo por
venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la
creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús
nuestro Señor.
Por eso también puede salvar por completo* a
los que por medio de él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder
por ellos.
Y en virtud de esa voluntad somos santificados
mediante el sacrificio del cuerpo de Jesucristo, ofrecido una vez y para
siempre.
Porque con un solo sacrificio ha hecho
perfectos para siempre a los que está santificando.
Manténganse libres del amor al dinero, y
conténtense con lo que tienen, porque Dios ha dicho: "Nunca te dejaré;
jamás te abandonaré." Así que
podemos decir con toda confianza: "El Señor es quien me ayuda; no temeré.
¿Qué puede hacerme el ser humano?
Su divino poder, al darnos el conocimiento de
aquel que nos llamó por su propia gloria y potencia, nos ha concedido todas las
cosas que necesitamos para vivir como Dios manda.
Así que no se rebelen contra el Señor ni
tengan miedo de la gente que habita en esa tierra. ¡Ya son pan comido! No
tienen quién los proteja, porque el Señor está de parte nuestra. Así que, ¡no
les tengan miedo!
Cercano está el que me justifica; ¿quién
entonces contenderá conmigo? ¡Comparezcamos juntos! ¿Quién es mi acusador? ¡Que
se me enfrente! ¡El Señor omnipotente es
quien me ayuda! ¿Quién me condenará? Todos ellos se gastarán; como a la ropa,
la polilla se los comerá.
Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una
nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!
Al que no cometió pecado alguno, por nosotros
Dios lo trató como pecador, para que en
él recibiéramos la justicia de Dios.
"Porque tanto amó Dios al mundo, que dio
a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que
tenga vida eterna. Dios no envió a su
Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en él no es condenado, pero el que
no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito
de Dios.
Pido que el Dios de nuestro Señor Jesucristo,
el Padre glorioso, les dé el Espíritu* de sabiduría y de revelación, para que
lo conozcan mejor. Pido también que les sean iluminados los ojos
del corazón para que sepan a qué esperanza él los ha llamado, cuál es la
riqueza de su gloriosa herencia entre los santos, y cuán incomparable es la grandeza de su poder
a favor de los que creemos. Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz que Dios ejerció en Cristo cuando lo resucitó
de entre los muertos y lo sentó a su derecha en las regiones celestiales, muy por encima de todo gobierno y autoridad,
poder y dominio, y de cualquier otro nombre que se invoque, no sólo en este mundo
sino también en el venidero. Dios
sometió todas las cosas al dominio de Cristo,* y lo dio como cabeza de todo a
la iglesia. Ésta, que es su cuerpo, es
la plenitud de aquel que lo llena todo por completo.
Por esta razón me arrodillo delante del Padre,
de quien recibe nombre toda familia en el cielo y en la tierra. Le pido que, por medio del Espíritu y con el
poder que procede de sus gloriosas riquezas, los fortalezca a ustedes en lo
íntimo de su ser, para que por fe Cristo habite en sus corazones. Y pido que,
arraigados y cimentados en amor, puedan comprender, junto con todos los santos,
cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo; en
fin, que conozcan ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento, para que sean
llenos de la plenitud de Dios. Al que
puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos o pedir, por el
poder que obra eficazmente en nosotros, ¡a él sea la gloria en la iglesia y en
Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos! Amén.
¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria
por medio de nuestro Señor Jesucristo!
DECLARACIÓN
DE FE DE ACUERDO A LA PALABRA DE DIOS.
Entonces,
¿qué puedo declarar acerca de todo lo que está por venir? Diré: “Si Dios está de mi lado, no temo a ningún
enemigo”. Dios ni siquiera escatimó a Su
propio Hijo, sino que lo entregó por mi salvación. ¿No hará libremente para darme todo lo demás? ¿Y
quién es el que pueda culparme de algo? ¡Dios ya me justifico y declaro justo!! ¿Hará Dios alguna acusación en mi contra, después de
pagar un precio tan impresionante? ¿Quién
es entonces, quién tiene poder para condenarme? Sólo Jesús tiene ese poder. Creo en Jesucristo quien murió, y hoy es mi
Dios, mi Rey, mi Señor, que me ha dado vida, y que intercede por mí. Creo que no me condena. ¿Quién es el que me puede separar de Su amor?
¿Puede la persecución, problemas, sufrimientos, el hambre, la depresión, la
angustia, la miseria, el peligro separarme del amor de Jesús? ¡NO! No
importa cuál sea mi situación. No importa
si estoy frente a la muerte. ¡No importa
lo que está pasando en mi vida, me levantaré más que vencedor por medio de
Aquel que me ama! ¡Sé con certeza que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni
los demonios, ni el presente, ni nada por venir, ni ningún tipo de poder en
toda la creación me pueden separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús
Señor mío! Lo creo en mi corazón y todo
mi ser.
Si no has recibido a Jesús tú Señor simplemente has la siguiente
oración creyendo en tu corazón y Cristo será su Salvador:
Padre Celestial, vengo a ti
en el nombre de Jesús. Tu Palabra dice: «Y todo aquel que invocare el nombre
del Señor, será salvo» y «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor,
y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo»
(Hechos 2:21; Romanos 10:9). Dijiste que sería salvo cuando el Espíritu Santo
venga a morar en mí y me haga nacer de nuevo (Juan 3:5-6, 15-16; Romanos 8:9-11), y que si te lo pido, seré lleno del
Espíritu y podré hablar en otras lenguas (Lucas 11:13; Hechos 2:4).
Confío en tu Palabra.
Confieso que Jesús es el Señor y creo en mi corazón que lo resucitaste de entre
los muertos. Gracias por entrar a mi corazón, por 0darme tu Santo Espíritu como
lo prometiste y por ser el Señor de mi vida. Amén.
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