jueves, 21 de febrero de 2013

El Regalo inmerecido de Dios en el Señor Jesús, Su Espíritu dentro de mí.


Romanos 5:15-17; Efesios 2:4-10; Gálatas 4:4-6; 5:1; Tito 3:4-7; Apocalipsis 1:4-6

Pero la transgresión de Adán no puede compararse con la gracia de Dios. Pues si por la transgresión de un solo hombre murieron todos, ¡cuánto más el don que vino por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, abundó para todos!   Tampoco se puede comparar la dádiva de Dios con las consecuencias del pecado de Adán. El juicio que lleva a la condenación fue resultado de un solo pecado, pero la dádiva que lleva a la justificación tiene que ver con una multitud de transgresiones.  Pues si por la transgresión de un solo hombre reinó la muerte, con mayor razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia reinarán en vida por medio de un solo hombre, Jesucristo.

Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás.  La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre,  para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra,

Pero cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley,  para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos.  Ustedes ya son hijos. Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: "¡Abba! ¡Padre!"

Pero cuando se manifestó la bondad y el amor de Dios nuestro Salvador,  él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia sino por su misericordia. Nos salvó mediante el lavamiento de la regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo,  el cual fue derramado abundantemente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador.  Así lo hizo para que, justificados por su gracia, llegáramos a ser herederos que abrigan la esperanza de recibir la vida eterna.

Yo, Juan, escribo a las siete iglesias que están en la provincia de Asia: Gracia y paz a ustedes de parte de aquel que es y que era y que ha de venir; y de parte de los siete espíritus que están delante de su trono;  y de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de la resurrección, el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos ama y por cuya sangre nos ha librado de nuestros pecados,  al que ha hecho de nosotros un reino, sacerdotes al servicio de Dios su Padre, ¡a él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén.



DECLARACIÓN DE FE DE ACUERDO A LA PALABRA DE DIOS.

En el Señor Jesús el Ungido de Dios he recibido el regalo del Padre Celestial, Su Gracia [el favor inmerecido de Su Espíritu Santo], la justificación [la aprobación del Padre Celestial],  y la redención [liberado de la condenación eterna].  Este regalo no tiene condiciones, Él me lo da libremente para que esté en comunión constante con Él en una relación  de comunión legítima de Padre e Hijo. El regalo, don o dadiva del Padre Celestial para mí no se compara con el resultado del pecado de Adán, porque estaba en la sentencia del pecado y la condenación cayó Adán, estaba  sobre mí sin tener yo ninguna elección.  Por el contrario, la libertad y la justificación se me ofrecieron como un regalo gratuito. Aunque el pecado de Adán  me condenó, el don gratuito de Dios me ha dado  justificación, pues como el pecado de Adán me trajo muerte, la provisión abundante de Dios de la gracia (favor inmerecido) y el don de la justicia me han hecho apto para que el Señor Jesús reine en esta vida y por la eternidad. Aleluya. Amén.

Si no has recibido a  Jesús tú Señor simplemente has la siguiente oración creyendo en tu corazón y Cristo será su Salvador:
Padre Celestial, vengo a ti en el nombre de Jesús. Tu Palabra dice: «Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» y «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo» (Hechos 2:21; Romanos 10:9). Dijiste que sería salvo cuando el Espíritu Santo venga a morar en mí y me haga nacer de nuevo (Juan 3:5-6, 15-16; Romanos 8:9-11), y que si te lo pido, seré lleno del Espíritu y podré hablar en otras lenguas (Lucas 11:13; Hechos 2:4).
Confío en tu Palabra. Confieso que Jesús es el Señor y creo en mi corazón que lo resucitaste de entre los muertos. Gracias por entrar a mi corazón, por 0darme tu Santo Espíritu como lo prometiste y por ser el Señor de mi vida. Amén.

Si tus has hecho esta oración escríbeme a la siguiente dirección: sejibarra@yahoo.es

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