lunes, 19 de marzo de 2012

He recibido el Espíritu del Señor Jesús.


1 Corintios 2:12-16; 1 Juan 2:20; 5:20; Romanos 8:32; 2 Pedro 1:3; 1 Corintios 1:17, 30; 2:6-7; Daniel 2:22-23; Juan 15:5; 16:13; Mateo 16:23


Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para poder entender lo que Dios nos ha dado. Cuando hablamos de eso, no usamos las palabras que nos enseñan los humanos, sino las que nos enseña el Espíritu. Usamos palabras espirituales para explicar lo espiritual. El que no es espiritual no acepta lo que viene del Espíritu de Dios porque le parece una tontería. No puede entenderlo porque eso tiene que juzgarse espiritualmente. En cambio, el que es espiritual puede juzgarlo todo, pero a él nadie lo puede juzgar. Pues así dice la Escritura: ¿Quién conoce la mente del Señor? ¿Quién puede darle consejo? Pero nosotros tenemos la mente de Cristo.

Cristo, el Santo, les dio a todos ustedes el don del Espíritu. Así que todos conocen la verdad.

También sabemos que el Hijo de Dios vino y nos dio el entendimiento para conocer a Dios, al único Dios verdadero. Nosotros lo conocemos, pues estamos en su Hijo Jesucristo. El Padre es el verdadero Dios y la vida eterna.

Dios llegó incluso a permitir que su propio Hijo muriera por nosotros. Con toda seguridad nos dará junto con su Hijo todo lo que tiene.

Con su poder divino, Jesús nos da todo lo que necesitamos para dedicar nuestra vida a Dios. Todo lo tenemos porque lo conocemos a él, quien nos llamó por su gloria y su poder.

Cristo no me ha enviado a bautizar, sino a anunciar las buenas noticias, y no con palabras de sabiduría, para que la cruz de Cristo no pierda su poder.

Por medio de él, ustedes pertenecen a Jesucristo, quien se ha convertido en la sabiduría de Dios para nosotros. Por medio de Cristo, Dios nos aprueba, nos libra del pecado y nos santifica.

Ahora bien, es cierto que enseñamos sabiduría entre los que son maduros. Pero la sabiduría que compartimos no viene de este mundo ni de los que lo gobiernan, quienes están perdiendo todo su poder. Lo que enseñamos es la sabiduría secreta de Dios que ha estado oculta desde el comienzo del mundo. El propósito de Dios es usar esta sabiduría para nuestra gloria.

¡Él revela los secretos más profundos; conoce todo lo que hay en la oscuridad porque la luz vive junto a él! Dios de mis antepasados te doy gracias y te alabo porque tú me has dado sabiduría y poder; me revelaste lo que te pedía. ¡Me diste a conocer el sueño del rey!

Yo soy la vid, ustedes las ramas. El que se quede en mí producirá mucho fruto, pues ustedes no pueden hacer nada sin mí.

Cuando venga el Espíritu de la verdad, los guiará a toda la verdad. El Espíritu no hablará por su propia cuenta, sino que dirá sólo lo que oiga. Les anunciará lo que va a suceder después.

Jesús se volvió y le dijo: ¡Largo de aquí, Satanás! ¡Me estás estorbando! A ti no te preocupan las cosas de Dios. Sólo te preocupan los asuntos que le interesan a la gente.


DECLARACIÓN DE FE DE ACUERDO A LA PALABRA DE DIOS.

No he recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Dios, para que pueda  comprender completamente lo que el Señor Jesús mi Dios me ha dado. Estas son las cosas que me enseñan y aprendo, no con instrucciones o palabrerías de conocimiento humano, pero en las palabras que vienen de Dios y  me las enseña el Espíritu Santo que mora en mí y constantemente esta recibiendo revelación del mismo Dios. Estas revelaciones vienen a mí en mi espíritu. El Espíritu Santo me enseña expresando verdades espirituales a través de lo espiritual. Entiendo perfectamente que lo que viene de Dios para recibirlo y lo que  no viene de Dios para desecharlo, es el Espíritu Santo el que me guía a discernirlo. Como hombre espiritual, puede tomar decisiones acertadas sobre todas las cosas (tanto natural como espiritual). Está escrito: Porque ¿quién conoció la mente del Señor, que le instruirá? Sin embargo, tengo la mente de Cristo Jesús!

Si no has recibido a  Jesús tú Señor simplemente has la siguiente oración creyendo en tu corazón y Cristo será su Salvador:
Padre Celestial, vengo a ti en el nombre de Jesús. Tu Palabra dice: «Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» y «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo» (Hechos 2:21; Romanos 10:9). Dijiste que sería salvo cuando el Espíritu Santo venga a morar en mí y me haga nacer de nuevo (Juan 3:5-6, 15-16; Romanos 8:9-11), y que si te lo pido, seré lleno del Espíritu y podré hablar en otras lenguas (Lucas 11:13; Hechos 2:4).
Confío en tu Palabra. Confieso que Jesús es el Señor y creo en mi corazón que lo resucitaste de entre los muertos. Gracias por entrar a mi corazón, por darme tu Santo Espíritu como lo prometiste y por ser el Señor de mi vida. Amén.

Si tus has hecho esta oración escríbeme o esta Palabra te bendice favor de hacérmelo saber.

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