martes, 12 de febrero de 2013

En el Señor Jesús vivo en la perfecta ley


Santiago 1:19-25; Proverbios 10:19; 14:17; 16:32; 17:27; Hebreos 12:1-2; Isaías 55:11; Colosenses 3:8-10; Mateo 7:24-27; Juan 13:12-17; 15:5-8; Lucas 6:43-49; Santiago 2:12-13

Mis queridos hermanos, tengan presente esto: Todos deben estar listos para escuchar, y ser lentos para hablar y para enojarse; pues la ira humana no produce la vida justa que Dios quiere. Por esto, despójense de toda inmundicia y de la maldad que tanto abunda, para que puedan recibir con humildad la palabra sembrada en ustedes, la cual tiene poder para salvarles la vida. No se contenten sólo con escuchar la palabra, pues así se engañan ustedes mismos. Llévenla a la práctica. El que escucha la palabra pero no la pone en práctica es como el que se mira el rostro en un espejo y, después de mirarse, se va y se olvida en seguida de cómo es. Pero quien se fija atentamente en la ley perfecta que da libertad, y persevera en ella, no olvidando lo que ha oído sino haciéndolo, recibirá bendición al practicarla.

El que mucho habla, mucho yerra; el que es sabio refrena su lengua.

El iracundo comete locuras, pero el prudente sabe aguantar.

Más vale ser paciente que valiente; más vale dominarse a sí mismo  que conquistar ciudades.

El que es entendido refrena sus palabras; el que es prudente controla sus impulsos.

Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante.  Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios.

Así es también la palabra que sale de mi boca: No volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo deseo y cumplirá con mis propósitos.

Pero ahora abandonen también todo esto: enojo, ira, malicia, calumnia y lenguaje obsceno.  Dejen de mentirse unos a otros, ahora que se han quitado el ropaje de la vieja naturaleza con sus vicios,  y se han puesto el de la nueva naturaleza, que se va renovando en conocimiento a imagen de su Creador.

Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es  como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca.   Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa; con todo, la casa no se derrumbó porque estaba cimentada sobre la roca.  Pero todo el que me oye estas palabras y no las pone en práctica es como un hombre insensato que construyó su casa sobre la arena.  Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa, y ésta se derrumbó, y grande fue su ruina.

Cuando terminó de lavarles los pies, se puso el manto y volvió a su  lugar. Entonces les dijo: ¿Entienden lo que he hecho con ustedes?   Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros.  Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes.  Ciertamente les aseguro que ningún siervo es más que su amo, y ningún mensajero es más que el que lo envió. ¿Entienden esto? Dichosos serán si lo ponen en práctica.

Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada. El que no permanece en mí es desechado y se seca, como las ramas que se recogen, se arrojan al fuego y se queman.  Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, lo que quieran pedir se les concederá.  Mi Padre es glorificado cuando ustedes dan mucho fruto y muestran así que son mis discípulos.

Ningún árbol bueno da fruto malo; tampoco da buen fruto el árbol  malo.  A cada árbol se le reconoce por su propio fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.  El que es bueno, de la bondad que atesora en el corazón produce el bien; pero el que es malo, de su maldad produce el mal, porque de lo que abunda en el corazón habla la boca.  ¿Por qué me llaman ustedes Señor, Señor, y no hacen lo que les digo? Voy a decirles a quién se parece todo el que viene a mí, y oye mis palabras y las pone en práctica: Se parece a un hombre que, al construir una casa, cavó bien hondo y puso el cimiento sobre la roca. De manera que cuando vino una inundación, el torrente azotó aquella casa, pero no pudo ni siquiera hacerla tambalear porque estaba bien construida.  Pero el que oye mis palabras y no las pone en práctica se parece a un hombre que construyó una casa sobre tierra y sin cimientos. Tan pronto como la azotó el torrente, la casa se derrumbó, y el desastre fue terrible.

Hablen y pórtense como quienes han de ser juzgados por la ley que  nos da libertad,  porque habrá un juicio sin compasión para el que actúe sin compasión. ¡La compasión triunfa en el juicio!

DECLARACIÓN DE FE DE ACUERDO A LA PALABRA DE DIOS.

Soy  pronto para oír, tardo para hablar, tardo para enojarme.  La ira me quita la vida justa que he recibido en el Señor Jesús.  Por lo tanto, me libero de toda inmoralidad, y echo fuera de mi vida la maldad que tan frecuente se encuentra en la sociedad de hoy.  Con sencillez de corazón recibo La Palabra de Dios.  No soy sólo un oyente de La Palabra de Dios, sino también un hacedor.  Escucho con atención, para procurar entender, y así poder hacer exactamente lo que la Palabra me guía que haga. No soy como el hombre que oyendo la Palabra no actúa o que viendo la cara en un espejo luego se olvida quién es. Por el contrario, escucho La Palabra, lo cual hace una imagen dentro de mí de quién soy y qué tengo en Jesucristo, no sólo para saber, sino también para vivir. Miro atentamente en la perfecta ley de libertad (en Señor Jesús) y soy fiel a lo que he aprendido.  La Palabra se ha convertido en mi vida, vivo de acuerdo a ella obedeciendo y haciendo, y no me olvido quién soy y lo que tengo en Jesucristo, soy  bendecido en todo lo que hago, porque todo lo que hago es de acuerdo a Su Voluntad.

Si no has recibido a  Jesús tú Señor simplemente has la siguiente oración creyendo en tu corazón y Cristo será su Salvador:
Padre Celestial, vengo a ti en el nombre de Jesús. Tu Palabra dice: «Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» y «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo» (Hechos 2:21; Romanos 10:9). Dijiste que sería salvo cuando el Espíritu Santo venga a morar en mí y me haga nacer de nuevo (Juan 3:5-6, 15-16; Romanos 8:9-11), y que si te lo pido, seré lleno del Espíritu y podré hablar en otras lenguas (Lucas 11:13; Hechos 2:4).
Confío en tu Palabra. Confieso que Jesús es el Señor y creo en mi corazón que lo resucitaste de entre los muertos. Gracias por entrar a mi corazón, por 0darme tu Santo Espíritu como lo prometiste y por ser el Señor de mi vida. Amén.

Si tus has hecho esta oración escríbeme a la siguiente dirección: sejibarra@yahoo.es

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