domingo, 3 de junio de 2012

La Gracia y la Verdad la he recibido por medio del Señor Jesús.


Juan 1:16-18;  Efesios 1:2-22; Colosenses 1:9-14; Santiago 1:5; 2 Pedro 1:2-9; 1 Corintios 2:6-16; Juan 14:9; 17:6-11

De su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia, porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás;  el unigénito Hijo,  que está en el seno del Padre, él lo ha dado a conocer.

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de él. Por su amor,  nos predestinó para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado.  En él tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobre abundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia. Él nos dio a conocer el misterio de su voluntad,  según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en el cumplimiento de los tiempos establecidos, así las que están en los cielos como las que están en la tierra. En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo.  En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras  de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria. Por esta causa también yo,  habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestro amor para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros,  haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo,  el Padre de gloria,  os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él; que él alumbre los ojos de vuestro entendimiento,  para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado,  cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros los que creemos,  según la acción de su fuerza poderosa. Esta fuerza operó en Cristo, resucitándolo de los muertos y sentándolo a su derecha en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad,  poder y señorío,  y sobre todo nombre que se nombra,  no solo en este siglo,  sino también en el venidero. Y sometió todas las cosas debajo de sus pies,  y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia.

Por lo cual también nosotros,  desde el día que lo oímos,  no cesamos de orar por vosotros y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual. Así podréis andar como es digno del Señor, agradándolo en todo, llevando fruto en toda buena obra y creciendo en el conocimiento de Dios. Fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria,  obtendréis fortaleza y paciencia, y,  con gozo,  daréis gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz.   Él nos ha librado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.

Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría,  pídala a Dios,  el cual da a todos abundantemente y sin reproche,  y le será dada.

Gracia y paz os sean multiplicadas,  en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús. Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder,  mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia; por medio de estas cosas nos ha dado preciosas y grandísimas promesas,  para que por ellas lleguéis a ser participantes de la naturaleza divina,  habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de las pasiones. Por esto mismo,  poned toda diligencia en añadir a vuestra fe virtud;  a la virtud,  conocimiento; al conocimiento,  dominio propio;  al dominio propio,  paciencia;  a la paciencia,  piedad; a la piedad,  afecto fraternal;  y al afecto fraternal,  amor. Si tenéis estas cosas y abundan en vosotros,  no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas es muy corto de vista;  está ciego,  habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados.

Sin embargo,  hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez en la fe;  no la sabiduría de este mundo ni de los poderosos de este mundo, que perecen. Pero hablamos sabiduría de Dios en misterio,  la sabiduría oculta que Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria,   la cual ninguno de los poderosos de este mundo conoció,  porque si la hubieran conocido,  nunca habrían crucificado al Señor de la gloria.  Antes bien,  como está escrito: Cosas que ojo no vio ni oído oyó ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que lo aman".    Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu,  porque el Espíritu todo lo escudriña,  aun lo profundo de Dios, porque  ¿quién de entre los hombres conoce las cosas del hombre,  sino el espíritu del hombre que está en él?  Del mismo modo,  nadie conoció las cosas de Dios,  sino el Espíritu de Dios. 
Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo,  sino el Espíritu que proviene de Dios,  para que sepamos lo que Dios nos ha concedido. De estas cosas hablamos,  no con palabras enseñadas por la sabiduría humana,  sino con las que enseña el Espíritu,  acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios,  porque para él son locura;  y no las puede entender,  porque se han de discernir espiritualmente. En cambio,  el espiritual  juzga todas las cosas,  sin que él sea juzgado por nadie. ¿Quién conoció la mente del Señor?  ¿Quién lo instruirá?   Pues bien,  nosotros tenemos la mente de Cristo.

Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me has conocido,  Felipe?  El que me ha visto a mí ha visto al Padre; ¿cómo,  pues,  dices tú:  "Muéstranos el Padre"?

He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste;  tuyos eran,  y me los diste,  y han guardado tu palabra.  Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado proceden de ti, porque las palabras que me diste les he dado;  y ellos las recibieron y han conocido verdaderamente que salí de ti,  y han creído que tú me enviaste. "Yo ruego por ellos;  no ruego por el mundo, sino por los que me diste,  porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío;  y he sido glorificado en ellos.  "Ya no estoy en el mundo;  pero estos están en el mundo,  y yo voy a ti.  Padre santo,  a los que me has dado,  guárdalos en tu nombre,  para que sean uno,  así como nosotros.


DECLARACION DE FE DE ACUERDO A LA PALABRA DE DIOS.

De la abundancia de mi Señor Jesús he recibido gracia sobre gracia, misericordia sobre misericordia, favor sobre favor, bendición tras bendición, y regalo sobre regalo.  Todo lo que se refiere a esta nueva vida que Él me ha dado es una lluvia de abundancia.  Ahora soy partícipe de Su gracia y de Su Verdad.  Dios me ha concedido Su favor de forma permanente y sin condiciones. Este favor me permite hacer todo lo que he sido llamado a hacer y recibir todo lo que he sido llamado a recibir. Jesús me ha introducido a nuestro Padre Celestial y ahora puedo conocerlo de una manera tan íntima que, en todo lo que hago puedo discernir y entender Su voluntad,  Su amor, Su poder, Su sabiduría y Su bondad para conmigo.


Si no has recibido a  Jesús tú Señor, te invito a  hacer  la siguiente oración creyendo en tu corazón y Jesucristo será tu Salvador:
Padre Celestial, vengo a ti en el nombre de Jesús. Tu Palabra dice: «Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» y «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo» (Hechos 2:21; Romanos 10:9). Dijiste que sería salvo cuando el Espíritu Santo venga a morar en mí y me haga nacer de nuevo (Juan 3:5-6, 15-16; Romanos 8:9-11), y que si te lo pido, seré lleno del Espíritu y podré hablar en otras lenguas (Lucas 11:13; Hechos 2:4).
Confío en tu Palabra. Confieso que Jesús es el Señor y creo en mi corazón que lo resucitaste de entre los muertos. Gracias por entrar a mi corazón, por darme tu Santo Espíritu como lo prometiste y por ser el Señor de mi vida. Amén.

Si tus has hecho esta oración escríbeme o esta Palabra te bendice favor de hacérmelo saber.

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