Juan 1:16-18; Efesios 1:2-22; Colosenses 1:9-14; Santiago 1:5; 2 Pedro 1:2-9; 1 Corintios 2:6-16; Juan 14:9; 17:6-11
De su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia,
porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron
por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él lo ha dado a
conocer.
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares
celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo,
para que fuéramos santos y sin mancha delante de él. Por su amor, nos predestinó para ser adoptados hijos suyos
por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de
la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. En él tenemos redención por su sangre, el
perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobre abundar para
con nosotros en toda sabiduría e inteligencia. Él nos dio a conocer el misterio
de su voluntad, según su beneplácito, el
cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en el
cumplimiento de los tiempos establecidos, así las que están en los cielos como
las que están en la tierra. En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido
predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el
designio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros
los que primeramente esperábamos en Cristo. En él también vosotros, habiendo oído la
palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis
sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la
posesión adquirida, para alabanza de su gloria. Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús
y de vuestro amor para con todos los santos, no ceso de dar gracias por
vosotros, haciendo memoria de vosotros
en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación
en el conocimiento de él; que él alumbre los ojos de vuestro
entendimiento, para que sepáis cuál es
la esperanza a que él os ha llamado,
cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos y cuál la
extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la acción de su fuerza poderosa. Esta
fuerza operó en Cristo, resucitándolo de los muertos y sentándolo a su derecha
en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad, poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no solo en este siglo, sino también en el venidero. Y sometió todas
las cosas debajo de sus pies, y lo dio
por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia.
Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros y de pedir
que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia
espiritual. Así podréis andar como es digno del Señor, agradándolo en todo, llevando
fruto en toda buena obra y creciendo en el conocimiento de Dios. Fortalecidos
con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, obtendréis fortaleza y paciencia, y, con gozo,
daréis gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la
herencia de los santos en luz. Él nos
ha librado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su amado
Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.
Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin
reproche, y le será dada.
Gracia y paz os sean multiplicadas,
en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús. Todas las cosas que
pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos
llamó por su gloria y excelencia; por medio de estas cosas nos ha dado
preciosas y grandísimas promesas, para
que por ellas lleguéis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el
mundo a causa de las pasiones. Por esto mismo,
poned toda diligencia en añadir a vuestra fe virtud; a la virtud,
conocimiento; al conocimiento,
dominio propio; al dominio
propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Si tenéis estas cosas y abundan en
vosotros, no os dejarán estar ociosos ni
sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no
tiene estas cosas es muy corto de vista;
está ciego, habiendo olvidado la
purificación de sus antiguos pecados.
Sin embargo, hablamos sabiduría
entre los que han alcanzado madurez en la fe;
no la sabiduría de este mundo ni de los poderosos de este mundo, que
perecen. Pero hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta que Dios predestinó antes
de los siglos para nuestra gloria, la
cual ninguno de los poderosos de este mundo conoció, porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de la
gloria. Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio ni
oído oyó ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para
los que lo aman". Pero Dios nos las reveló a nosotros por el
Espíritu, porque el Espíritu todo lo
escudriña, aun lo profundo de Dios, porque ¿quién de entre los hombres conoce las cosas
del hombre, sino el espíritu del hombre
que está en él? Del mismo modo, nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.
Y nosotros no hemos recibido el espíritu del
mundo, sino el Espíritu que proviene de
Dios, para que sepamos lo que Dios nos
ha concedido. De estas cosas hablamos,
no con palabras enseñadas por la sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero
el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura; y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En
cambio, el espiritual juzga todas las cosas, sin que él sea juzgado por nadie. ¿Quién
conoció la mente del Señor? ¿Quién lo
instruirá? Pues bien,
nosotros tenemos la mente de Cristo.
Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy
con vosotros y no me has conocido,
Felipe? El que me ha visto a mí
ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú:
"Muéstranos el Padre"?
He manifestado tu nombre a los hombres que del
mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me
has dado proceden de ti, porque las palabras que me diste les he dado; y ellos las recibieron y han conocido
verdaderamente que salí de ti, y han
creído que tú me enviaste. "Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me
diste, porque tuyos son, y todo lo mío
es tuyo y lo tuyo mío; y he sido
glorificado en ellos. "Ya no estoy
en el mundo; pero estos están en el
mundo, y yo voy a ti. Padre santo,
a los que me has dado, guárdalos
en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros.
DECLARACION DE FE DE ACUERDO A LA PALABRA DE DIOS.
De la abundancia de mi Señor Jesús he recibido gracia
sobre gracia, misericordia sobre misericordia, favor sobre favor, bendición
tras bendición, y regalo sobre regalo. Todo
lo que se refiere a esta nueva vida que Él me ha dado es una lluvia de
abundancia. Ahora soy partícipe de Su
gracia y de Su Verdad. Dios me ha
concedido Su favor de forma permanente y sin condiciones. Este favor me permite
hacer todo lo que he sido llamado a hacer y recibir todo lo que he sido llamado
a recibir. Jesús me ha introducido a nuestro Padre Celestial y ahora puedo
conocerlo de una manera tan íntima que, en todo lo que hago puedo discernir y
entender Su voluntad, Su amor, Su poder,
Su sabiduría y Su bondad para conmigo.
Si no has recibido a Jesús tú Señor, te invito a hacer la siguiente oración creyendo en tu corazón y Jesucristo
será tu Salvador:
Padre Celestial, vengo a ti en el
nombre de Jesús. Tu Palabra dice: «Y todo aquel que invocare el nombre del
Señor, será salvo» y «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y
creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo» (Hechos
2:21; Romanos 10:9). Dijiste que sería salvo cuando el Espíritu Santo venga a
morar en mí y me haga nacer de nuevo (Juan 3:5-6, 15-16; Romanos 8:9-11), y que
si te lo pido, seré lleno del Espíritu y podré hablar en otras lenguas (Lucas
11:13; Hechos 2:4).
Confío en tu Palabra. Confieso que
Jesús es el Señor y creo en mi corazón que lo resucitaste de entre los muertos.
Gracias por entrar a mi corazón, por darme tu Santo Espíritu como lo prometiste
y por ser el Señor de mi vida. Amén.
Si tus has hecho
esta oración escríbeme o esta Palabra te bendice favor de hacérmelo saber.
Nota:
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