Colosenses 3:1-4; Efesios 1:17-23; 2:1-10; Gálatas
2:20-21; Mateo 6:10-11, 19-21; Juan 4:24
Ya que han resucitado con Cristo, busquen las
cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Concentren su
atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra, pues ustedes han
muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, que es la vida de ustedes, se
manifieste, entonces también ustedes serán manifestados con él en gloria.
Pido que el Dios de nuestro
Señor Jesucristo, el Padre glorioso, les dé el Espíritu de sabiduría y de
revelación, para que lo conozcan mejor. Pido también que les sean iluminados los ojos
del corazón para que sepan a qué esperanza él los ha llamado, cuál es la
riqueza de su gloriosa herencia entre los santos, y cuán incomparable es la
grandeza de su poder a favor de los que creemos. Ese poder es la fuerza
grandiosa y eficaz que Dios ejerció en
Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en las
regiones celestiales, muy por encima de todo gobierno y autoridad,
poder y dominio, y de cualquier otro nombre que se invoque, no sólo en este
mundo sino también en el venidero. Dios
sometió todas las cosas al dominio de Cristo, y lo dio como cabeza de todo a la
iglesia. Ésta, que es su cuerpo, es la plenitud de aquel que lo llena todo por
completo.
En otro tiempo ustedes
estaban muertos en sus transgresiones y pecados, en los cuales andaban conforme a los poderes
de este mundo. Se conducían según el que gobierna las tinieblas, según el
espíritu que ahora ejerce su poder en los que viven en la desobediencia. En ese tiempo también todos nosotros vivíamos
como ellos, impulsados por nuestros deseos pecaminosos, siguiendo nuestra
propia voluntad y nuestros propósitos. Como los demás, éramos por naturaleza
objeto de la ira de Dios. Pero Dios, que
es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con
Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido
salvados! Y en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y nos hizo sentar con
él en las regiones celestiales, para
mostrar en los tiempos venideros la incomparable riqueza de su gracia, que por
su bondad derramó sobre nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia ustedes han
sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo
de Dios, no por obras, para que nadie se jacte. Porque somos hechura de Dios, creados en
Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de
que las pongamos en práctica.
He sido crucificado con
Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo
por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí. No desecho la
gracia de Dios. Si la justicia se obtuviera mediante la ley, Cristo habría
muerto en vano.
Venga tu reino, hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan cotidiano.
No acumulen para sí tesoros
en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a
robar. Más bien, acumulen para sí
tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones
se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.
Dios es espíritu, y quienes
lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad.
DECLARACIÓN DE FE DE ACUERDO A LA PALABRA DE
DIOS.
Desde que el Señor Jesús vino a morar en mi
vida y ser Señor de ella, resucité, Hoy El gobierna mi vida, soy nueva criatura, he nacido de nuevo en Cristo, por lo tanto he puesto mi corazón
en las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. He
determinado hacer al Señor Jesús el centro de mi vida, y poner mi mirada sólo
en las cosas espirituales que es Dios, y no en las cosas de la tierra, porque
morí juntamente con Jesús en la cruz (en
lo que respecta a mi vieja naturaleza pecaminosa), resucite en Cristo y mi vida
hoy está escondida en Cristo, en Dios. Mi Padre es Espíritu, por lo tanto, voy
a adorar al Señor Jesucristo, recibo al Señor Jesús, y tengo comunión con El,
en el espíritu. Cuando Cristo, mi vida
aparezca, también yo seré manifestado
con Él en Su gloria.
Si no has recibido a Jesús tú Señor simplemente has la siguiente
oración creyendo en tu corazón y Cristo será su Salvador:
Padre Celestial, vengo a ti
en el nombre de Jesús. Tu Palabra dice: «Y todo aquel que invocare el nombre
del Señor, será salvo» y «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor,
y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo»
(Hechos 2:21; Romanos 10:9). Dijiste que sería salvo cuando el Espíritu Santo
venga a morar en mí y me haga nacer de nuevo (Juan 3:5-6, 15-16; Romanos 8:9-11), y que si te lo pido, seré lleno del
Espíritu y podré hablar en otras lenguas (Lucas 11:13; Hechos 2:4).
Confío en tu Palabra.
Confieso que Jesús es el Señor y creo en mi corazón que lo resucitaste de entre
los muertos. Gracias por entrar a mi corazón, por 0darme tu Santo Espíritu como
lo prometiste y por ser el Señor de mi vida. Amén.
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