miércoles, 20 de abril de 2011

Jesús Coronado De Gloria Y Honra


Hebreos 2:5-3:1
Dios no sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando. Al contrario, alguien testificó en cierto lugar, diciendo: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que lo visites? Lo hiciste un poco menor que los ángeles, lo coronaste de gloria y de honra y lo pusiste sobre las obras de tus manos. Todo lo sujetaste bajo sus pies. En cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no le sea sujeto, aunque todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas. Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios experimentara la muerte por todos. Convenía a aquel por cuya causa existen todas las cosas y por quien todas las cosas subsisten que, habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionara por medio de las aflicciones al autor de la salvación de ellos, porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos,  diciendo: Anunciaré a mis hermanos tu nombre, en medio de la congregación te alabaré. Y otra vez dice: Yo confiaré en él. Y de nuevo: Aquí estoy yo con los hijos que Dios me dio. Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. Ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham.  Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo.  Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados. Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús,

DECLARACIÓN DE FE DE ACUERDO A LA PALABRA DE DIOS

Al morir, Jesús me llevó a Su gloria, porque era necesario que Dios, por quién y para quien todas las cosas existen, hiciera que el Autor de mi salvación se perfeccionara por el sufrimiento de la sentencia que a mí me correspondía. Me he identificado perfectamente con Sus sufrimientos y ahora soy santificado a través de Su santidad y porque Él es el Hijo de Dios, me he convertido en hijo de Dios también. Soy verdaderamente uno con el Señor Jesús. ¡Qué maravilla es saber que me he convertido en el hermano del Creador del universo! El destruyó a Aquel que tenía el poder de la muerte-esto es, al diablo. En esto, Él me ha dejado completamente libre del miedo a la muerte, lo cual me tuvo en la esclavitud. Jesús tomó sobre Sí mi humanidad y fue tentado en la misma manera que soy tentado, por lo cual Él es capaz de ayudarme y proporcionarme la salida para cuando soy tentado.  En todas las cosas, y en todo me identifico con Jesús. Realmente soy uno con Él. Por lo tanto, no voy a confiar en mí mismo para tener dominio en la tierra, sino que fijo mis pensamientos en Jesús, El Sumo Sacerdote de mi confesión. Él es quien lleva mis palabras ante el Padre, en mi nombre, por lo que tengo la seguridad de que va a realizar la tarea y alcanzará los fines para lo que ha sido enviada.
Leer fonéticamente

Si tú no has hecho a Jesús tú Señor y Salvador te invito a que te rindas a Él,  porque Él pagó un precio alto por ti en la cruz del calvario, recíbelo,  Él ha resucitado y quiere hacer morada en tu corazón.

Declare esta oración con fe y Jesús hará morada en ti hoy y será tu Señor:

Padre Celestial, vengo a ti en el nombre de Jesús.  Tu Palabra dice: «Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» y «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo» (Hechos 2:21; Romanos 10:9).

 Señor, tu dijiste que cuando el Espíritu Santo venga a morar en mí y me haga nacer de nuevo (Juan 3:5-6, 15-16; Romanos 8:9-11), y que si te lo pido, seré lleno del Espíritu Santo y podré hablar en otras lenguas (Lucas 11:13; Hechos 2:4).  Creo en tu Palabra. Confieso que Jesús es el Señor y creo en mi corazón que lo resucitaste de entre los muertos. Gracias por entrar a mi corazón, por darme tu Santo Espíritu como lo prometiste y por ser el Señor de mi vida. Amén.