domingo, 16 de octubre de 2011

He resucitado en Cristo Jesús, mi Dios y mi Salvador.


 Colosenses 3:1-3; Efesios 1:17-23, 2:1-10; Gálatas 2:20-21; Mateo 6:10-11, 19-21; Juan 4:24
Si,  pues,  habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba,  donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.  Poned la mira en las cosas de arriba,  no en las de la tierra,  porque habéis muerto  y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.

Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo,  el Padre de gloria,  os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él; que él alumbre los ojos de vuestro entendimiento,  para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado,  cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos  y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros los que creemos,  según la acción de su fuerza poderosa.  Esta fuerza operó en Cristo,  resucitándolo de los muertos y sentándolo a su derecha en los lugares celestiales,  sobre todo principado y autoridad,  poder y señorío,  y sobre todo nombre que se nombra,  no solo en este siglo,  sino también en el venidero.   Y sometió todas las cosas debajo de sus pies,  y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia,  la cual es su cuerpo,  la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.

Él os dio vida a vosotros,  cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados,  en los cuales anduvisteis en otro tiempo,  siguiendo la corriente de este mundo,  conforme al príncipe de la potestad del aire,  el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia.  Entre ellos vivíamos también todos nosotros en otro tiempo,  andando en los deseos de  nuestra carne,  haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos;  y éramos por naturaleza hijos de ira,  lo mismo que los demás.  Pero Dios,  que es rico en misericordia,  por su gran amor con que nos amó,  aun estando nosotros muertos en pecados,  nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos).  Juntamente con él nos resucitó,  y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús,  para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús,  porque por gracia sois salvos por medio de la fe;  y esto no de vosotros,  pues es don de Dios.   No por obras,  para que nadie se gloríe,  pues somos hechura suya,  creados en Cristo Jesús para buenas obras,  las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas.

Con Cristo estoy juntamente crucificado,  y ya no vivo yo,  mas vive Cristo en mí;  y lo que ahora vivo en la carne,  lo vivo en la fe del Hijo de Dios,  el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.   No desecho la gracia de Dios,  pues si por la Ley viniera la justicia,  entonces en vano murió Cristo.

Venga tu reino.  Hágase tu voluntad,  como en el cielo,  así también en la tierra.  El pan nuestro de cada día,  dánoslo hoy.

No os hagáis tesoros en la tierra,  donde la polilla y el moho destruyen,  y donde ladrones entran  y hurtan;  sino haceos tesoros en el cielo,  donde ni la polilla ni el moho destruyen,  y donde ladrones no entran ni hurtan, porque donde esté vuestro tesoro,  allí estará también vuestro corazón.

Dios es Espíritu,  y los que lo adoran,  en espíritu y en verdad es necesario que lo adoren.


DECLARACIÓN DE FE DE ACUERDO A LA PALABRA DE DIOS

Desde que resucite con Cristo, he puesto mi corazón en las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios Padre.  Estoy determinado a poner toda mi  atención sólo en aquellas cosas que son de Dios y que son espirituales, y no en las cosas que son gobernadas por los sentidos o las cosas terrenales,  ya que he muerto con Jesús en la cruz  (en lo que respecta a mi vieja naturaleza).  Mi vida está escondida con Cristo en Dios.  Mi Padre Celestial es Espíritu,  por lo tanto, voy a adorarlo,  a recibir de Él, y a tener comunión con Él, en el espíritu.


Si no has recibido a  Jesús tú Señor simplemente has la siguiente oración creyendo en tu corazón y Cristo será su Salvador:

Padre Celestial, vengo a ti en el nombre de Jesús. Tu Palabra dice: «Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» y «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo» (Hechos 2:21; Romanos 10:9). Dijiste que sería salvo cuando el Espíritu Santo venga a morar en mí y me haga nacer de nuevo (Juan
3:5-6, 15-16; Romanos 8:9-11), y que si te lo pido, seré lleno del Espíritu y podré hablar en otras lenguas (Lucas 11:13; Hechos 2:4).
Confío en tu Palabra. Confieso que Jesús es el Señor y creo en mi corazón que lo resucitaste de entre los muertos. Gracias por entrar a mi corazón, por darme tu Santo Espíritu como lo prometiste y por ser el Señor de mi vida. Amén.

Si tus has hecho esta oración escríbeme a la siguiente dirección: enriqueibarra.@integra.com.sv