Romanos 8:1-2; Juan 5:24; 17:20-26; 1 Juan 2:1-2; 1 Corintios 15:45, 56-57; Romanos 7:24-25; 8:31-39
Así pues, ahora Dios no condena a los que están unidos
a Cristo Jesús porque por medio de
Cristo Jesús, la ley del Espíritu que da vida te liberó de la ley que trae
pecado y muerte.
Les digo la verdad: si alguien oye mis
palabras y cree en el Padre que me envió, tiene vida eterna y no será juzgado,
porque ya ha pasado de la muerte a la vida.
Estoy orando por estos hombres, pero te pido también
por los que creerán en mí por medio de la enseñanza de ellos. Padre, te pido
que todos los que crean en mí sean uno, así como tú estás en mí y yo estoy en
ti. Te pido que ellos sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú me
enviaste. Les he dado a ellos la misma gloria que tú me has dado para que sean
uno, así como tú y yo somos uno. Yo
estaré en ellos y tú estarás en mí para que estén perfectamente unidos. Así el
mundo sabrá que tú me enviaste y que tú los amas a ellos como me amas a mí. Padre,
quiero que los que me has dado estén conmigo donde yo esté para que ellos vean
la gloria que tú me diste, pues tú me amaste antes de la creación del mundo. Padre
justo, la gente del mundo no te conoció, pero yo y estos también saben que tú
me enviaste. Les mostré cómo eres y lo seguiré haciendo para que el amor con
que tú me amas esté en ellos y yo viva en ellos.
Hijitos míos, les escribo esto para que no
pequen. Pero si alguno peca, tenemos un defensor ante Dios: Jesucristo, el
Justo. Él sacrificó su vida para quitar
nuestros pecados y no sólo los nuestros, sino los de todo el mundo.
Así dice la Escritura: El primer hombre, Adán,
se convirtió en ser vivo. El último Adán, es decir Cristo, se convirtió en
Espíritu que da vida.
El poder que tiene la muerte para matar es el
pecado. El poder del pecado es la ley. Pero demos gracias a Dios que nos ha
dado la victoria a través de nuestro Señor Jesucristo.
¡Eso es terrible! ¿Quién me salvará de este
cuerpo que me causa muerte? ¡Dios me
salvará! Le doy gracias a él por medio de nuestro Señor Jesucristo. Así que en
mi mente soy esclavo de la ley de Dios, pero en mi naturaleza humana soy esclavo
del pecado.
¿Qué podemos decir sobre todo esto? Si Dios
está a nuestro favor, nadie podrá estar contra nosotros. Dios llegó incluso a
permitir que su propio Hijo muriera por nosotros. Con toda seguridad nos dará
junto con su Hijo todo lo que tiene. ¿Quién podrá acusar al pueblo que Dios ha
escogido? Dios es el que nos aprueba. ¿Quién va a condenarnos? Cristo fue quien
murió por nosotros y además resucitó. Ahora Cristo está sentado a la derecha de
Dios y está rogando por nosotros. ¿Podrá algo separarnos del amor de Cristo? Ni
las dificultades, ni los problemas, ni las persecuciones, ni el hambre, ni la
desnudez, ni el peligro ni tampoco la muerte. Así dicen las Escrituras: Por ti estamos
siempre en peligro de muerte, nos tratan como si fuéramos ovejas que van al
matadero. Más bien, en todo esto salimos
más que victoriosos por medio de Dios quien nos amó. Pues estoy convencido de que nada podrá
separarnos del amor de Dios: ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los
poderes diabólicos, ni lo que existe, ni lo que vendrá en el futuro, ni poderes
espirituales, ni tampoco lo alto o lo profundo, ni ninguna criatura que existe.
Nada podrá separarnos del amor de Dios que se encuentra en nuestro Señor
Jesucristo. Pues estoy convencido de que
nada podrá separarnos del amor de Dios: ni la muerte ni la vida, ni los ángeles
ni los poderes diabólicos, ni lo que existe, ni lo que vendrá en el futuro, ni poderes
espirituales, ni tampoco lo alto o lo profundo, ni ninguna criatura que existe.
Nada podrá separarnos del amor de Dios que se encuentra en nuestro Señor
Jesucristo.
DECLARACIÓN DE FE DE ACUERDO A LA PALABRA DE DIOS.
Ahora, pues, ninguna condenación hay para mi (no hay
quien me acuse de culpabilidad), ya que hoy estoy en la Unción de Jesús mi Dios.
Me he convertido en uno con el Señor Jesús. La ley del Espíritu de la Vida en el
Señor Jesús me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. Hoy vivo en
Cristo Jesús. ¡Aleluya! ¡Aleluya! Amen.
Si no has recibido a Jesús tú Señor, te invito a hacer la siguiente oración creyendo en tu corazón y Jesucristo
será tu Salvador:
Padre Celestial, vengo a ti en el
nombre de Jesús. Tu Palabra dice: «Y todo aquel que invocare el nombre del
Señor, será salvo» y «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y
creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo» (Hechos
2:21; Romanos 10:9). Dijiste que sería salvo cuando el Espíritu Santo venga a
morar en mí y me haga nacer de nuevo (Juan 3:5-6, 15-16; Romanos 8:9-11), y que
si te lo pido, seré lleno del Espíritu y podré hablar en otras lenguas (Lucas
11:13; Hechos 2:4).
Confío en tu Palabra. Confieso que
Jesús es el Señor y creo en mi corazón que lo resucitaste de entre los muertos.
Gracias por entrar a mi corazón, por darme tu Santo Espíritu como lo prometiste
y por ser el Señor de mi vida. Amén.
Si tus has hecho
esta oración escríbeme o esta Palabra te bendice favor de hacérmelo saber.
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