El Señor Jesús entro al lugar Santísimo delante de Dios y Padre. .
Hosanna en las Alturas, Jesús es el Señor
Hebreos 9:24-28; Levíticos 16:2-8; Hebreos 8:2-5; 9:1,
11-12; 10:10; Éxodo 25-30; Tito 3:4-7; Romanos 6:7, 14; 8:1; 1 Corintios 15:56-57;
Juan 5:24; 14:1-3; 1 Tesalonicenses 4:16-17
Pero Ungido de Dios no entró al Lugar Santísimo hecho
por los hombres, sólo copia del verdadero, sino al cielo y está presente allí,
delante de Dios, para pedir a nuestro favor. El Ungido de Dios se ofreció a sí mismo, pero no muchas
veces como lo hace el sumo sacerdote aquí en la tierra. El sumo sacerdote entra
al Lugar Santísimo una vez al año para ofrecer sangre ajena. Si fuera así con Jesús el Ungido de Dios,
habría tenido que sacrificarse muchas veces desde que se creó el mundo, pero él
vino en estos últimos tiempos y se ofreció de una vez por todas, sacrificándose
a sí mismo para acabar así con el pecado. Todos los seres humanos morirán una
sola vez y después vendrá el juicio. También Cristo se sacrificó una sola vez
para perdonar los pecados de muchos. Él vendrá por segunda vez, pero ya no por
los pecados de la gente, sino para salvar a los que esperan su venida.
Y Jehová dijo a Moisés: "Di a Aarón, tu hermano,
que no entre en todo tiempo en el santuario detrás del velo, delante del
propiciatorio que está sobre el Arca,
para que no muera, pues yo
apareceré en la nube sobre el propiciatorio. Aarón entrará en el santuario con esto: un
becerro para la expiación y un carnero para el holocausto. Se vestirá con la
túnica santa de lino, se pondrá los
calzoncillos de lino, se ceñirá el cinto
de lino y con la mitra de lino se cubrirá.
Estas son las santas vestiduras;
con ellas se ha de vestir después de lavar su cuerpo con agua. "De
la congregación de los hijos de Israel tomará dos machos cabríos para la
expiación y un carnero para el holocausto. Aarón hará traer su becerro de la
expiación, y hará la reconciliación por
sí y por su casa. Después tomará los dos machos cabríos y los presentará
delante de Jehová, a la puerta del
Tabernáculo de reunión. Luego echará
suertes Aarón sobre los dos machos cabríos,
una suerte por Jehová y otra suerte por Azazel.
Él es ministro del santuario y de aquel
verdadero tabernáculo que levantó el
Señor y no el hombre. Todo Sumo sacerdote está constituido para presentar
ofrendas y sacrificios, por lo cual es
necesario que también este tenga algo que ofrecer. Así que,
si estuviera sobre la tierra, ni
siquiera sería sacerdote, habiendo aún
sacerdotes que presentan las ofrendas según la Ley. Estos sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales, como se le advirtió a Moisés cuando iba a
erigir el Tabernáculo, diciéndole: "Mira,
haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el
monte".
Ahora bien,
aun el primer pacto tenía ordenanzas de culto y un santuario terrenal.
Pero estando ya presente Cristo, Sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto
tabernáculo, no hecho de manos, es decir,
no de esta creación, y no por
sangre de machos cabríos ni de becerros,
sino por su propia sangre, entró
una vez para siempre en el Lugar santísimo,
habiendo obtenido eterna redención.
En esa voluntad somos santificados mediante la
ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.
Pero cuando se manifestó la bondad de
Dios, nuestro Salvador, y su amor para con la humanidad, nos salvó,
no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo, nuestro Salvador, para
que, justificados por su gracia, llegáramos a ser herederos conforme a la
esperanza de la vida eterna.
Porque,
el que ha muerto ha sido justificado del pecado.
El pecado no se enseñoreará de vosotros, pues
no estáis bajo la Ley, sino bajo la
gracia.
Ahora,
pues, ninguna condenación hay
para los que están en Cristo Jesús, los
que no andan conforme a la carne, sino
conforme al Espíritu.
Porque el aguijón de la muerte es el
pecado, y el poder del pecado es la Ley.
Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro
Señor Jesucristo.
De cierto,
de cierto os digo: El que oye mi palabra y cree al que me envió tiene
vida eterna, y no vendrá a
condenación, sino que ha pasado de
muerte a vida.
No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas
hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy,
pues, a preparar lugar para
vosotros. Y si me voy y os preparo
lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo esté, vosotros también estéis.
El Señor mismo, con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo. Entonces,
los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en
las nubes para recibir al Señor en el aire,
y así estaremos siempre con el Señor.
Leer también: Éxodo en los capítulos 25 al 30
DECLARACIÓN DE FE DE ACUERDO A
LA PALABRA DE DIOS.
El Señor Jesús no entró a un santuario
hecho por manos de hombres cuando proclamó mi redención eterna, sino que entró
en el mismo cielo y ahora esta presente ante el Padre Celestial y ha presentado
mi nombre. El no entro al cielo para
ofrecerse en sacrificio cada vez que peco, de la misma forma que los sacerdotes
del antiguo pacto solían hacer con la sangre de los toros y machos cabríos,
sino que el Señor Jesus apareció de una vez por todas, acabando con el pecado
por completo por el sacrificio de sí mismo. Por lo tanto, el poder del pecado ha sido completamente
eliminado de mi vida. Así como el hombre está destinado a morir una vez, y
después de esto el juicio eterno, así también Cristo fue ofrecido en sacrificio
una sola vez para quitar mi pecado [del primero al último, tanto del pasado,
presente y futuro] y me ha librado del juicio para condenación eterna.
Si no has recibido a Jesús tú Señor, te invito a hacer la siguiente oración creyendo en tu corazón y Jesucristo
será tu Salvador:
Padre Celestial, vengo a ti en el
nombre de Jesús. Tu Palabra dice: «Y todo aquel que invocare el nombre del
Señor, será salvo» y «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y
creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo» (Hechos
2:21; Romanos 10:9). Dijiste que sería salvo cuando el Espíritu Santo venga a
morar en mí y me haga nacer de nuevo (Juan 3:5-6, 15-16; Romanos 8:9-11), y que
si te lo pido, seré lleno del Espíritu y podré hablar en otras lenguas (Lucas
11:13; Hechos 2:4).
Confío en tu Palabra. Confieso que
Jesús es el Señor y creo en mi corazón que lo resucitaste de entre los muertos.
Gracias por entrar a mi corazón, por darme tu Santo Espíritu como lo prometiste
y por ser el Señor de mi vida. Amén.
Si tus has hecho
esta oración escríbeme o esta Palabra te bendice favor de hacérmelo saber.