Hebreos 6:13-20; 2 Corintios 1:20; Juan 14:13-14; 15:7; 16:23-24; 1 Corintios 2:6-16; Génesis 12:1-4; 21:5; 22:16-17; Efesios 1:3
Cuando Dios hizo su promesa a Abraham, como
no tenía a nadie superior por quien jurar, juró por sí mismo, y dijo: "Te
aseguro que te bendeciré y te daré muchos descendientes." Y así, después
de esperar con paciencia, Abraham recibió lo que se le había prometido. Los
seres humanos juran por alguien superior a ellos mismos, y el juramento, al
confirmar lo que se ha dicho, pone punto final a toda discusión. Por eso Dios,
queriendo demostrar claramente a los herederos de la promesa que su propósito
es inmutable, la confirmó con un juramento. Lo hizo así para que, mediante la
promesa y el juramento, que son dos realidades inmutables en las cuales es
imposible que Dios mienta, tengamos un estímulo poderoso los que, buscando
refugio, nos aferramos a la esperanza que está delante de nosotros. Tenemos
como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la
cortina del santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros,
llegando a ser sumo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.
Todas las promesas que ha hecho Dios son "sí" en Cristo. Así
que por medio de Cristo respondemos " amén" para la gloria de Dios.
Cualquier cosa que ustedes pidan en mi nombre, yo la haré; así será
glorificado el Padre en el Hijo. Lo que pidan en mi nombre, yo lo haré.
Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, lo que quieran
pedir se les concederá.
En aquel día ya no me preguntarán nada. Ciertamente les aseguro que mi
Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre. Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre.
Pidan y recibirán, para que su alegría sea completa.
En cambio, hablamos con sabiduría entre los que han alcanzado madurez,
pero no con la sabiduría de este mundo ni con la de sus gobernantes, los cuales
terminarán en nada. Más bien, exponemos
el misterio de la sabiduría de Dios, una sabiduría que ha estado escondida y
que Dios había destinado para nuestra gloria desde la eternidad. Ninguno de los gobernantes de este mundo la
entendió, porque de haberla entendido no habrían crucificado al Señor de la
gloria. Sin embargo, como está escrito: "Ningún ojo ha visto, ningún oído
ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para
quienes lo aman." Ahora bien, Dios
nos ha revelado esto por medio de su Espíritu, pues el Espíritu lo examina
todo, hasta las profundidades de Dios. En efecto, ¿quién conoce los
pensamientos del ser humano sino su propio espíritu que está en él? Así mismo,
nadie conoce los pensamientos de Dios sino el Espíritu de Dios. Nosotros no hemos recibido el espíritu del
mundo sino el Espíritu que procede de Dios, para que entendamos lo que por su
gracia él nos ha concedido. Esto es precisamente de lo que hablamos, no con las
palabras que enseña la sabiduría humana sino con las que enseña el Espíritu, de
modo que expresamos verdades espirituales en términos espirituales. El que no tiene el Espíritu no acepta lo que procede del Espíritu de Dios,
pues para él es locura. No puede entenderlo, porque hay que discernirlo
espiritualmente. En cambio, el que es espiritual lo juzga todo, aunque él mismo
no está sujeto al juicio de nadie, porque "¿quién ha conocido la mente del Señor
para que pueda instruirlo?"
El Señor le dijo a Abram: Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu
padre, y vete a la tierra que te mostraré.
Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu *nombre, y
serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te
maldigan; ¡por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra! "
Abram partió, tal como el Señor se lo había ordenado, y Lot se fue con él.
Abram tenía setenta y cinco años cuando salió de Jarán.
Abraham tenía ya cien años cuando nació su hijo Isaac.
Y le dijo: Como has hecho esto, y no me has negado a tu único hijo, juro
por mí mismo afirma el Señor que te bendeciré en gran manera, y que
multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena del
mar. Además, tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos.
Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha
bendecido en las regiones celestiales con toda bendición espiritual en Cristo.
Apoyándonos en: Romanos 8:17, 32; 2 Pedro
2:3-4; Santiago 1:2-8; Números 23:19; Colosenses 1:3-14; Levíticos 16:2-16,
20-28 Hebreos 4:14-16; 10:19-23
DECLARACION DE FE DE ACUERDO A
LA PALABRA DE DIOS.
Dios
ha jurado por sí mismo de que todas Sus promesas escritas en Su Palabra se manifiestan
en mi vida tanto las terrenales como las espirituales. Con esto el Señor Jesús mi
Dios pone fin a todo argumento contrario que se levanta en contra de mi
confianza en Su Palabra. Así que busco con mucha atención que tiene el Señor
Jesus mi Dios en Su Palabra para mi y afirmo esa Palabra en mi corazón, confiadamente la confieso
en Su Nombre y con esperanza en Él sé que con certeza que veré la manifiesta su
promesa; Él lo confirmo sus promesas son Su voluntad para mí con un juramento diciendo:
"Por mí mismo he jurado" Esto lo hizo para que mi gozo fuera
completado en El, así pudiera estar muy
animado esperando en Su Palabra y perseverando la promesa hasta su manifestación,
porque sé muy bien que es imposible que Dios mienta. Esta esperanza (la promesa
y el juramento, que son dos realidades inmutables en las cuales es imposible
que Dios mienta) es un ancla para mi espíritu, mi alma y para mi cuerpo no vacile sino que se afirme en el Señor Jesús
y Su Palabra. Amen. Aleluya!!!
Si no has
recibido a Jesús tú Señor simplemente
has la siguiente oración creyendo en tu corazón y Cristo será su Salvador:
Padre
Celestial, vengo a ti en el nombre de Jesús. Tu Palabra dice: «Y todo aquel que
invocare el nombre del Señor, será salvo» y «que si confesares con tu boca que
Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos,
serás salvo» (Hechos 2:21; Romanos 10:9). Dijiste que sería salvo cuando el
Espíritu Santo venga a morar en mí y me haga nacer de nuevo (Juan 3:5-6, 15-16;
Romanos 8:9-11), y que si te lo pido, seré lleno del Espíritu y podré hablar en
otras lenguas (Lucas 11:13; Hechos 2:4).
Confío en tu
Palabra. Confieso que Jesús es el Señor y creo en mi corazón que lo resucitaste
de entre los muertos. Gracias por entrar a mi corazón, por darme tu Santo
Espíritu como lo prometiste y por ser el Señor de mi vida. Amén.
Si tus has hecho esta oración escríbeme o esta Palabra
te bendice favor de hacérmelo saber.
hosanna.enriqueibarra@gmail.com