jueves, 1 de marzo de 2012

En Señor Jesús recibo Su promesas


Hebreos 6:13-20; 2 Corintios 1:20; Juan 14:13-14; 15:7; 16:23-24; 1 Corintios 2:6-16; Génesis 12:1-4; 21:5; 22:16-17; Efesios 1:3  
 
Cuando Dios hizo su promesa a Abraham, como no tenía a nadie superior por quien jurar, juró por sí mismo, y dijo: "Te aseguro que te bendeciré y te daré muchos descendientes." Y así, después de esperar con paciencia, Abraham recibió lo que se le había prometido. Los seres humanos juran por alguien superior a ellos mismos, y el juramento, al confirmar lo que se ha dicho, pone punto final a toda discusión. Por eso Dios, queriendo demostrar claramente a los herederos de la promesa que su propósito es inmutable, la confirmó con un juramento. Lo hizo así para que, mediante la promesa y el juramento, que son dos realidades inmutables en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un estímulo poderoso los que, buscando refugio, nos aferramos a la esperanza que está delante de nosotros. Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros, llegando a ser sumo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.
Todas las promesas que ha hecho Dios son "sí" en Cristo. Así que por medio de Cristo respondemos " amén" para la gloria de Dios.

Cualquier cosa que ustedes pidan en mi nombre, yo la haré; así será glorificado el Padre en el Hijo. Lo que pidan en mi nombre, yo lo haré.

Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, lo que quieran pedir se les concederá.

En aquel día ya no me preguntarán nada. Ciertamente les aseguro que mi Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre.  Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan y recibirán, para que su alegría sea completa.

En cambio, hablamos con sabiduría entre los que han alcanzado madurez, pero no con la sabiduría de este mundo ni con la de sus gobernantes, los cuales terminarán en nada.  Más bien, exponemos el misterio de la sabiduría de Dios, una sabiduría que ha estado escondida y que Dios había destinado para nuestra gloria desde la eternidad.  Ninguno de los gobernantes de este mundo la entendió, porque de haberla entendido no habrían crucificado al Señor de la gloria. Sin embargo, como está escrito: "Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman."  Ahora bien, Dios nos ha revelado esto por medio de su Espíritu, pues el Espíritu lo examina todo, hasta las profundidades de Dios. En efecto, ¿quién conoce los pensamientos del ser humano sino su propio espíritu que está en él? Así mismo, nadie conoce los pensamientos de Dios sino el Espíritu de Dios.  Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo sino el Espíritu que procede de Dios, para que entendamos lo que por su gracia él nos ha concedido. Esto es precisamente de lo que hablamos, no con las palabras que enseña la sabiduría humana sino con las que enseña el Espíritu, de modo que expresamos verdades espirituales en términos espirituales.  El que no tiene el Espíritu  no acepta lo que procede del Espíritu de Dios, pues para él es locura. No puede entenderlo, porque hay que discernirlo espiritualmente. En cambio, el que es espiritual lo juzga todo, aunque él mismo no está sujeto al juicio de nadie, porque  "¿quién ha conocido la mente del Señor para que pueda instruirlo?"

El Señor le dijo a Abram: Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré.  Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu *nombre, y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra! " Abram partió, tal como el Señor se lo había ordenado, y Lot se fue con él. Abram tenía setenta y cinco años cuando salió de Jarán.

Abraham tenía ya cien años cuando nació su hijo Isaac.

Y le dijo: Como has hecho esto, y no me has negado a tu único hijo, juro por mí mismo afirma el Señor que te bendeciré en gran manera, y que multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena del mar. Además, tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos.

Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en las regiones celestiales con toda bendición espiritual en Cristo.

Apoyándonos en: Romanos 8:17, 32; 2 Pedro 2:3-4; Santiago 1:2-8; Números 23:19; Colosenses 1:3-14; Levíticos 16:2-16, 20-28 Hebreos 4:14-16; 10:19-23

DECLARACION DE FE DE ACUERDO A LA PALABRA DE DIOS.

Dios ha jurado por sí mismo de que todas Sus promesas escritas en Su Palabra se manifiestan en mi vida tanto las terrenales como las espirituales. Con esto el Señor Jesús mi Dios pone fin a todo argumento contrario que se levanta en contra de mi confianza en Su Palabra. Así que busco con mucha atención que tiene el Señor Jesus mi Dios en Su Palabra para mi y afirmo esa Palabra en mi corazón,  confiadamente   la confieso en Su Nombre y con esperanza en Él sé que con certeza que veré la manifiesta su promesa; Él lo confirmo sus promesas son Su voluntad para mí con un juramento diciendo: "Por mí mismo he jurado" Esto lo hizo para que mi gozo fuera completado  en El, así pudiera estar muy animado esperando en Su Palabra y perseverando la promesa hasta su ​​manifestación, porque sé muy bien que es imposible que Dios mienta. Esta esperanza (la promesa y el juramento, que son dos realidades inmutables en las cuales es imposible que Dios mienta) es un ancla para mi espíritu, mi alma y para mi cuerpo  no vacile sino que se afirme en el Señor Jesús y Su Palabra.  Amen. Aleluya!!!

Si no has recibido a  Jesús tú Señor simplemente has la siguiente oración creyendo en tu corazón y Cristo será su Salvador:
Padre Celestial, vengo a ti en el nombre de Jesús. Tu Palabra dice: «Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» y «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo» (Hechos 2:21; Romanos 10:9). Dijiste que sería salvo cuando el Espíritu Santo venga a morar en mí y me haga nacer de nuevo (Juan 3:5-6, 15-16; Romanos 8:9-11), y que si te lo pido, seré lleno del Espíritu y podré hablar en otras lenguas (Lucas 11:13; Hechos 2:4).
Confío en tu Palabra. Confieso que Jesús es el Señor y creo en mi corazón que lo resucitaste de entre los muertos. Gracias por entrar a mi corazón, por darme tu Santo Espíritu como lo prometiste y por ser el Señor de mi vida. Amén.

Si tus has hecho esta oración escríbeme o esta Palabra te bendice favor de hacérmelo saber.
hosanna.enriqueibarra@gmail.com