Salmo 37:30-34; 1 Corintios 2:6-16; Salmo 2; 119:11; Isaías 54:17; 1Pedro 5:5-7
La boca del justo imparte sabiduría, y su lengua emite
justicia. La ley de Dios está en su
corazón, y sus pies jamás resbalan. Los
malvados acechan a los justos con la intención de matarlos, pero el Señor no
los dejará caer en sus manos ni permitirá que los condenen en el juicio. Pero tú, espera en el Señor, y vive según su
voluntad, que él te exaltará para que heredes la tierra. Cuando los malvados
sean destruidos, tú lo verás con tus propios ojos.
En cambio, hablamos con sabiduría entre los que han
alcanzado madurez, pero no con la sabiduría de este mundo ni con la de sus
gobernantes, los cuales terminarán en nada. Más bien, exponemos el misterio de
la sabiduría de Dios, una sabiduría que ha estado escondida y que Dios había
destinado para nuestra gloria desde la eternidad. Ninguno de los gobernantes de este mundo la
entendió, porque de haberla entendido no habrían crucificado al Señor de la
gloria. Sin embargo, como está escrito:
Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha
concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman. Ahora bien, Dios nos ha revelado esto por
medio de su Espíritu, pues el Espíritu lo examina todo, hasta las profundidades
de Dios. En efecto, ¿quién conoce los
pensamientos del ser humano sino su propio espíritu que está en él? Así mismo, nadie
conoce los pensamientos de Dios sino el Espíritu de Dios. Nosotros no hemos recibido el espíritu del
mundo sino el Espíritu que procede de Dios, para que entendamos lo que por su
gracia él nos ha concedido. Esto es
precisamente de lo que hablamos, no con las palabras que enseña la sabiduría
humana sino con las que enseña el Espíritu, de modo que expresamos verdades
espirituales en términos espirituales. El
que no tiene el Espíritu no acepta lo que procede del Espíritu de Dios, pues
para él es locura. No puede entenderlo, porque hay que discernirlo
espiritualmente. En cambio, el que es espiritual lo juzga todo, aunque él mismo
no está sujeto al juicio de nadie, porque "¿quién ha conocido la mente del Señor
para que pueda instruirlo?"
¿Por qué se
sublevan las naciones, y en vano conspiran los pueblos? Los reyes de la tierra se rebelan; los
gobernantes se confabulan contra el Señor y contra su ungido. Y dicen: "¡Hagamos pedazos sus cadenas!
¡Librémonos de su yugo!" El rey de
los cielos se ríe; el Señor se burla de ellos. En su enojo los reprende, en su
furor los intimida y dice: "He establecido a mi rey sobre Sión, mi santo
monte." Yo proclamaré el decreto
del Señor: "Tú eres mi hijo", me ha dicho; "hoy mismo te he
engendrado. Pídeme, y como herencia te entregaré las naciones; ¡tuyos serán los
confines de la tierra! Las gobernarás
con puño de hierro; las harás pedazos como a vasijas de barro." Ustedes, los reyes, sean prudentes; déjense
enseñar, gobernantes de la tierra.
Sirvan al Señor con temor; con temblor ríndanle alabanza. Bésenle los
pies, no sea que se enoje y sean ustedes destruidos en el camino, pues su ira
se inflama de repente. ¡Dichosos los que en él buscan refugio!
En mi corazón atesoro tus dichos para no pecar contra
ti.
No prevalecerá ninguna arma que se forje contra ti;
toda lengua que te acuse será refutada. Ésta es la herencia de los siervos del
Señor, la justicia que de mí procede afirma el Señor.
Así mismo,
jóvenes, sométanse a los ancianos. Revístanse todos de humildad en su trato
mutuo, porque "Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los
humildes". Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él
los exalte a su debido tiempo. Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida
de ustedes.
DECLARACION DE FE DE ACUERDO A LA PALABRA DE DIOS.
Soy un hombre de honor e integridad. Mi boca sólo habla la Verdad y la sabiduría
fluye de mí interior como una fuente. La
Palabra de Dios está profundamente arraigada en mi corazón de manera que no me
aparto ni tropiezo en mi camino. Aunque
tiendan tramas perversas contra mí para tomar mi vida, el Señor Jesús no me dejará en el poder de este mundo. No
tengo miedo de sus falsas acusaciones y amenazas injustas. Cuando me lleven a juicio no seré condenado,
porque el Señor Jesús es mi Abogado justo y ha tomado su puesto a mi lado. En su momento, seré exaltado para heredar la
tierra, y cuando sean destruidos los pecadores, voy a estar allí para
presenciarlo.
Si no has recibido a Jesús tú Señor, te invito a hacer la siguiente oración creyendo en tu corazón y Jesucristo
será tu Salvador:
Padre Celestial, vengo a ti en el
nombre de Jesús. Tu Palabra dice: «Y todo aquel que invocare el nombre del
Señor, será salvo» y «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y
creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo» (Hechos
2:21; Romanos 10:9). Dijiste que sería salvo cuando el Espíritu Santo venga a
morar en mí y me haga nacer de nuevo (Juan 3:5-6, 15-16; Romanos 8:9-11), y que
si te lo pido, seré lleno del Espíritu y podré hablar en otras lenguas (Lucas
11:13; Hechos 2:4).
Confío en tu Palabra. Confieso que
Jesús es el Señor y creo en mi corazón que lo resucitaste de entre los muertos.
Gracias por entrar a mi corazón, por darme tu Santo Espíritu como lo prometiste
y por ser el Señor de mi vida. Amén.
Si tus has hecho
esta oración escríbeme o esta Palabra te bendice favor de hacérmelo saber.
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